El viento del sur traía un aroma distinto. Tierra mojada, corteza antigua y algo más profundo, casi indescriptible: una nota agria en el aire que hablaba de secretos por demasiado tiempo enterrados.
Lía se ajustó el abrigo de viaje mientras la comitiva de la Manada del Sur se aproximaba. Eran cuatro guerreros y una mujer anciana envuelta en capas de piel blanca. Caminaban con solemnidad, como si cada paso fuera un ritual.
—Soy Savra, Guardiana de las Cavernas Sagradas —dijo la anciana, sin preámbulos—. Tu marca ha despertado antiguos ecos en nuestras piedras. El oráculo lo confirmó. Debes venir.
Kael se adelantó, interponiéndose entre Lía y la mujer.
—Iremos con ustedes, pero bajo nuestras condiciones.
Savra lo miró con una mezcla de desprecio y resignación.
—La tierra no acepta condiciones, lobo. Solo pide respeto.
El viaje al sur tomó dos días. El paisaje cambiaba con rapidez: de bosques densos a colinas secas, y luego a una zona de grietas abiertas, donde la tierra parecía haber si