Valen siempre había sido un soldado.
Firme. Silencioso. Leal.
La clase de guerrero que no necesita órdenes porque entiende el deber como un instinto. No cuestionaba a Kael. No dudaba de sus decisiones. Y cuando fue exiliado, él fue el único que lo siguió… sin mirar atrás.
Hasta ahora.
Últimamente, había algo en su mente. Como una sombra pegada al pensamiento. No era una voz. Era más sutil. Un eco.
“¿Por qué él?”
“¿Por qué ella?”
“¿Y tú?”
Valen no recordaba exactamente cuándo empezó.
Tal vez fue después del ritual de anclaje.
Tal vez fue cuando los ojos de Lía brillaron con esa luz ancestral… y él sintió miedo.
Pero no lo aceptó.
No podía aceptarlo.
Porque la lealtad era su hogar.
¿Verdad?
Patrullaba solo aquella noche. El aire estaba denso. No olía igual. No sabía si era la luna menguante o la culpa en su pecho, pero cada paso lo alejaba más de sí mismo.
De pronto, un susurro cruzó el viento.
“Valen…”
Se giró. Nadie.
Siguió caminando.
“Valen…”
Ahora más claro. A su izquierda.
Sacó las