La sala del ritual estaba cubierta con ceniza blanca y hojas de roble negro, una combinación sagrada que solo se utilizaba en los exorcismos lunares más antiguos. Hacía décadas que no se realizaba uno, y mucho menos con un guerrero de élite como Valen.
Pero esta vez, no era solo necesario.
Era urgente.
Valen estaba atado a las raíces del círculo ancestral, sus ojos en blanco, la piel grisácea, la voz repitiendo la misma frase una y otra vez:
—La grieta ya está hecha… la grieta ya está hecha…
Célene sostenía un cuenco con agua de luna. Lía se encontraba justo enfrente, con su cicatriz ardiendo bajo el vestido ceremonial.
Kael no decía una palabra. Pero su presencia era un ancla, conteniendo a todos en medio del caos.
—¿Están listos? —preguntó la curandera mayor.
—Sí —respondieron los tres al unísono.
El ritual comenzó.
El primer paso fue el despertar de la raíz: una invocación para separar la esencia de Valen de la oscuridad que la envolvía. Lía fue quien canalizó la energía.
Cerró los