Los días posteriores a la ceremonia de las Aguas de la Verdad transcurrieron con una aparente calma. La manada de Piedra continuaba con su proceso de restauración, pero una tensión subterránea recorría el territorio como un río oculto.
Lía no dormía bien. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de la visión en el templo subterráneo regresaban con más fuerza: la daga oculta, la figura encapuchada, el símbolo oscuro. Algo dentro de ella murmuraba que el peligro no estaba por venir… ya estaba allí.
Kael, por su parte, había intensificado la vigilancia. Colocó a los guerreros más leales en turnos dobles, ordenó a los centinelas cambiar las rutas y pidió a los sanadores estar atentos a cualquier energía alterada. Sin embargo, no era fácil cazar a una sombra que aún no tenía rostro.
Una tarde, mientras revisaban las ofrendas en el altar ancestral, Lía sintió un cambio súbito en el aire. Un zumbido sutil, como un aleteo apenas perceptible, invadió sus sentidos. Caminó lentamente hacia la