—Todo estará bien… todo estará bien… —canturreaba en un susurro tembloroso mientras acariciaba con suavidad los cabellos del niño dormido.
Su cabeza descansaba sobre mis piernas, con el rostro relajado, ajeno aún al caos. Eva se había marchado hacía apenas unos minutos y la casa se sumía en un silencio absoluto, tan profundo que cada crujido de la madera parecía un grito contenido. La penumbra envolvía el salón como un sudario, y mi mente era un torbellino de pensamientos confusos, atropellados… pero sobre todos ellos, uno persistía, latiendo con fuerza como una campana de alarma:
¿Qué pasaría cuando despertara? ¿Cuando abriera los ojos… y recordara?
El niño se removió levemente. Sus pequeñas manos comenzaron a moverse, primero los dedos, temblorosos, como si estuviera tanteando el mundo que lo rodeaba. Luego, sus piernas dieron una sacudida, y su respiración, que hasta entonces había sido pausada, se tornó más rápida, entrecortada. Sentí cómo su cuerpo se tensaba de golpe.
Entonces,