El silencio cayó sobre el Gran Salón. Era un silencio pesado, peor que cualquier ruido de batalla. Se instaló cuando los últimos Alfas invitados se fueron. Cerraron las puertas con fuerza, pero el eco de su desconfianza seguía rebotando en el techo.
Seguí sentado en el Trono Azuleja. El sillón de roble tallado que usaba mi padre, Vael. Nunca quise esta silla. Nunca quise ser el líder. La madera estaba fría bajo mis manos. Solo sentía el peso del Alfa, una roca que me aplastaba. Yo era Alfa por accidente, por herencia.
Mi mirada recorrió el vacío del Salón. Hacía años que no pisaba esta sala. Antes, solía venir con Vael. Me sentaba en un sillón lateral, lo observaba dirigir las reuniones antes de irme a estudiar negocios a Estados Unidos. Esos años fueron mi escape, mi intento de ser un hombre de negocios, lejos de las leyes de la manada.
Esa distancia me costó todo.
Vael. Padre.
Pensé en él y el desprecio me apretó la garganta. La traición siempre viene de quien más confías. Él me lo d