No sabía cuánto había dormido. Podían haber sido minutos o horas. Cuando abrí los ojos, la habitación estaba igual de oscura que antes. No había cambiado nada afuera. Solo sentía el pecho apretado y un ruido sordo en mi cabeza.
No podía seguir allí. No quería seguir allí.
Me levanté sin prender la luz. Tomé un suéter y salí del cuarto en silencio. La casa estaba fría, demasiado silenciosa para la cantidad de lobos que había dentro.
No me importó. No revisé si alguien me escuchaba. Solo abrí la puerta principal y salí al aire helado.
Caminé primero. Luego mis pasos se aceleraron. Y después simplemente corrí.
Corrí como si pudiera dejar atrás lo que había visto. Corrí como si pudiera borrar el sonido del disparo. Corrí como si mi propio cuerpo ya no pudiera soportar más quietud.
Mis piernas responden rápido. Corrí entre los árboles. Esquivando ramas. Saltando raíces. La marca latía en mi cuello, caliente, como si me empujara a ir más rápido.
Corrí hasta que mis pulmones ardieron y las p