Eiden se quedó quieto. Sus ojos se movieron entre los míos, como si buscara algo que lo hiciera cambiar de opinión. No lo encontró. Yo no iba a ceder.
—Alana… —murmuró.
—Si vienes conmigo —continué—, no será para esconderme ni para encerrarme en otra casa. Será para ayudarme a limpiar mi hogar. A levantar lo que Daren destruyó. A encontrar a los que quedan. A formar una manada. ¿Puedes hacerlo? ¿O solo sabes disparar primero y preguntar después?
Él apretó la mandíbula. Vi el golpe de mis palabras en su rostro, pero no se defendió.
—No voy a mentirte —dijo al final—. No sé vivir sin pensar en ataques, en amenazas, en estrategias. No sé vivir sin guerra. Pero sé que no quiero vivir sin ti. Sin ustedes.
Bajó la mirada a mi vientre un segundo y luego volvió a subirla.
—Iré contigo —aceptó—. Al territorio Azuleja. Haré lo que tenga que hacer para ayudarte a levantar tu casa. Pero no voy a quedarme mirando si algo intenta matarte. Si tengo que ensuciarme las manos otra vez, lo haré.
—Eso ya