Capítulo 67: Correr o morir.
Todos lo escuchamos al mismo tiempo.
Lucian dejó de hablar. Reyk giró hacia la puerta. Leo se levantó de la roca. Eiden avanzó un paso delante de mí sin pensarlo.
El aire cambió.
Era como si nadie respirara.
—Eso no fue Milo ¿o si?—dijo Eiden.
La puerta estaba entreabierta. La lámpara del pasillo parpadeaba.
Lucian no esperó más. Entró de golpe, con Reyk detrás. Leo y Eiden lo siguieron. Yo entré última, más despacio, con el corazón latiendo tan fuerte que me costaba escuchar algo más.
Apenas pasamos el marco, Lena gritó:
—¡Espera!
Su voz salió fuerte, ordenando.
No era un ruego.
Era una advertencia.
Todos se detuvieron.
Eiden ya tenía la pistola fuera. La había sacado en un segundo. El brazo extendido, firme, apuntando directo hacia el centro de la sala.
Milo estaba en el piso. De rodillas.
Agarrándose el estómago.
Estaba pálido. Sudoroso. El abrigo que le había dado estaba tirado a un lado. Sus manos estaban clavadas en la madera, como si necesitara sostenerse para no caer de frente