La última frase de Lucian cayó en la habitación, aplastando el aire. El silencio se hizo pesado, denso, un nudo en la garganta de todos. Nadie se movió. Nadie respiró. Yo sentí que el tiempo se había detenido.
Milo seguía en el suelo, retorciéndose. Su pecho subía y bajaba en espasmos irregulares, tratando de cazar el aire. Vi el sudor pegajoso en su piel, ese color pálido, casi gris, que me helaba la sangre. Un hilo de saliva y sangre negra se mezclaba en la comisura de su boca. Sus ojos estaban abiertos, fijos, pero los sentía vacíos, como si ya no pudieran reconocerme. Lena seguía delante de él, plantada con el palo de hierro. La vi temblar apenas, pero su cuerpo no se movió; era un escudo viviente.
Lucian sostenía el cuchillo sin esconderlo. Dio un paso adelante, y el sonido resonó en el silencio. Eiden alzó la pistola un centímetro más. Pude ver el brillo del metal, un reflejo asesino. Reyk tensó la mandíbula con una fuerza que me pareció audible. Leo respiró hondo, un sonido gut