El jet aterrizaría en un terreno despejado, a unos kilómetros de la mansión, por seguridad. Lena no quería señales visibles de movimiento cerca de su propiedad.
Leo se quedó en la casa conmigo.
Lucian dormía todavía, sedado. El suero azul lo mantenía en un sueño pesado, sin las voces que lo atormentaban. Aun así, su respiración sonaba irregular, como si algo en su interior no estuviera dormido del todo.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Leo, sentado frente a la chimenea.
—No. —Mentí.
—Sí lo estás.
—No lo sabes todo. —respondí.
—No necesito saberlo para verte temblar.
Le lancé una mirada rápida. No tenía fuerzas para discutir.
Mi cabeza estaba llena de imágenes: el bosque, el Cántaro, el rostro de mi padre, la risa de Daren. Y ahora esas brujas que Lena había mencionado me traian nerviosa.
Era el comienzo de la guerra.
Las horas pasaron lentas.
Cada ruido afuera me hacía girar la cabeza. Cada crujido de la madera me recordaba que no estábamos seguros.
Cuando escuché el motor del coc