Darien despertó con el cuerpo adolorido, la mente aturdida y los labios aún cargados del sabor de Aeryn. Se incorporó, extendiendo el brazo hacia el otro lado de la cama… vacío. El calor ya se había ido.
Unos golpes urgentes en la puerta lo sacaron del ensueño.
—Alfa, debe levantarse —dijo Orien al entrar, la expresión grave.
—¿Dónde está Aeryn? —preguntó Darien, aún medio dormido, con la voz ronca.
Orien no respondió de inmediato. Solo se mantuvo firme en la entrada, hasta que por fin habló:
—Ella se fue antes del amanecer. Me buscó en mi tienda… y fue clara.
Darien se levantó de golpe, y sin molestarse en cubrirse, caminó hacia un rincón donde estaban las ropas rasgadas de la noche anterior. Se las puso tal cual estaban, sin preocuparse por su estado. A cada desgarro, a cada marca, el recuerdo de lo vivido le atravesaba el pecho como un cuchillo. No había tiempo para más.
—¿Qué dijo? —repitió.
—Que no quería volver a verte. Que si lo hacía, habría consecuencias —repitió Ori