La niebla se espesaba al borde de las Tierras Oscuras. El aire olía a ceniza, humedad y abandono. Joldar desmontó de su caballo y alzó la vista hacia el horizonte, donde se levantaban los bosques marchitos y los riscos rotos de una tierra sin ley. A su lado, Sareth —su guardia más joven y leal— hacía lo mismo, con los ojos muy abiertos, pero sin mostrar miedo.—Nadie domina aquí, mi señor —dijo el muchacho con voz baja—. No hay jerarquía, ni clanes… solo sombras.—Exacto —respondió Joldar, con una sombra de tensión en la mandíbula—. Por eso hemos venido solo tú y yo.Había dado órdenes precisas antes de partir: todos debían permanecer en el campamento que estaba a un día de distancia. Las Tierras Oscuras no eran lugar para una visita abierta diplomatica, y un grupo grande habría levantado sospechas o provocado hostilidad. No querían atención. Solo si no regresaban en dos días, permitiría que fueran tras ellos. No antes. La discreción era esencial.Las Tierras Oscuras no pertenecían a
El silencio era más pesado que las paredes de piedra. Aeryn había dejado de contar los días. O las lunas. O las veces que se había despertado empapada en sudor, con el corazón desbocado y el pecho ardiendo de rabia. La Torre Sombría era cómoda —si se podía llamar así a una prisión con sábanas limpias, comida caliente y una vista privilegiada de toda la fortaleza—, pero seguía siendo una jaula. Una jaula con barrotes invisibles y un nombre bordado en cada uno: Consejo. Tradición. Miedo. Nadie la había visitado. Nadie se atrevía. Solo dejaban su comida en una bandeja sobre la mesa, como si fuera una bestia a la que había que alimentar a distancia. La bandeja se retiraba sin una palabra. Sabía que la pelea fue una trampa. Que cada paso que la condujo a este encierro fue orquestado con precisión. Lo había visto en los ojos del consejo. Lo había sentido en el aire denso antes del juicio. Y aún más claro… lo había intuido en el momento exacto en que Darien bajó la mirada. El vínculo es
El calabozo bajo el bastión principal olía a hierro oxidado, sudor y tierra húmeda. Las antorchas crepitaban con pereza mientras Nerysa y Cael descendían las escaleras de piedra. El silencio se espesaba a su alrededor, como si la fortaleza supiera que algo oscuro estaba en juego.Frente a ellos, alineados y esposados, estaban Marrek y los guerreros implicados en el ataque a Aeryn. Ninguno bajó la mirada. Marrek, en particular, mantenía la cabeza en alto, el mentón tenso y los labios sellados con arrogancia apenas contenida.—Queremos respuestas —dijo Cael sin rodeos—. ¿Quién les ordenó atacar a Aeryn?—Fue una pelea —respondió uno de los guerreros—. Ella provocó la situación con su poder. Nosotros solo respondimos.—¿Con todos a la vez? —intervino Nerysa, con tono firme, cruzando los brazos—. ¿Y justo cuando estaba aislada, frente a otros guerreros que presenciaron la escena? Lo que ustedes hicieron… no tiene nada de una pelea de entrenamiento, y lo saben.—Nadie respondió.Cael camin
La noche envolvía la Torre Sombría en un silencio pesado, interrumpido apenas por el rumor lejano del viento entre los árboles y el crujir ocasional de las piedras viejas. La fortaleza dormía, pero Darien no. No podía.Cada paso que daba por los pasillos vacíos lo acercaba a ella. A su loba. A su perdición y su redención. Su corazón latía con fuerza, no solo por la carrera que acababa de realizar, sino por la carga que llevaba en el pecho desde que la encerró.Cuando llegó frente a la pesada puerta custodiada por dos guerreros, les sostuvo la mirada con firmeza. Ellos dudaron un instante, pero no se atrevieron a detenerlo. Uno de ellos bajó la vista y le entregó la llave.Darien entró.La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se colaba por la ventana alta. Aeryn estaba de pie, junto a la pared, como si hubiera sentido su llegada desde antes.No dijo nada al principio. Solo lo observó.Él se detuvo a pocos pasos de ella. Tragó saliva. El vínculo vibrab
El amanecer apenas despuntaba sobre los torreones de Lobrenhart cuando Aldrik lanzó una copa de vino contra la pared de piedra. Los cristales tintados de rojo se esparcieron como gotas de sangre bajo sus pies. Elaria permanecía de pie a unos metros, sin atreverse a moverse ni a hablar. Su silencio era su único escudo.—¡Estúpido lobo enamorado! —gruñó Aldrik con rabia, golpeando con el puño cerrado la mesa de mármol oscuro—. ¡Ya volvió con esa puta marcada por el fuego!Elaria bajó la mirada, aunque una chispa de frustración brillaba en sus ojos.—Te advertí que era vulnerable, pero no débil —se atrevió a decir.—¡No necesito tus excusas! —espetó él, girando sobre sus talones.Caminó de un lado a otro de la estancia como una fiera enjaulada. La voz de su conciencia, antigua y burlona, se filtró en su mente como un eco indeseado.¿Acaso no fuiste tú también un lobo doblegado por una hembra? ¿O ya olvidaste a Marien?El pensamiento lo hizo fruncir el ceño. Recordó el aroma de Marien, su
El consejo se reunía una vez más en la gran sala de Lobrenhart, y aunque el aire estaba cargado de tensión, Darien entró con un brillo en los ojos que reflejaba una satisfacción que no podía ocultar. Había recuperado a Aeryn, y en su interior, esa verdad le proporcionaba una extraña calma. Sabía lo que debía hacer para mantener las apariencias, pero no podía evitar sentir un regocijo oculto por lo que había logrado. Una victoria personal en medio del caos.Aldrik lo observó fijamente, su expresión tan dura como siempre. La puerta se cerró tras Darien con un crujido, y los murmullos cesaron de inmediato al sentir su presencia. El ambiente se tensó aún más.Aldrik, con su mirada penetrante, no perdió ni un segundo. Sabía que la reunión estaba tardando más de lo normal, pero necesitaba saber cómo iba Darien, sobre todo con la situación de Aeryn. Con un tono firme, casi inquisitivo, Aldrik le preguntó:—¿Cómo ha sido tu visita a la Torre Sombría, Darien?Darien levantó la mirada, sus pens
El sol estaba descendiendo en el horizonte cuando Darien decidió ir solo a recibir la caravana que traía el cuerpo de Joldar. Los ecos de la tristeza y la rabia aún retumbaban en su pecho, pero había algo en él que le impedía mostrar más debilidad. La manada necesitaba verlo fuerte, implacable. No podía permitir que su vínculo con Aeryn, o su amor por ella, fuera su perdición.Aeryn había querido acompañarlo, pero él se lo impidió. Necesitaba que ella permaneciera en la Torre, para mantener la fachada de castigo que Aldrik aún esperaba. La tensión entre ellos aumentaba cada vez más. Ella rugió con furia, su frustración llenando el aire, pero al final, obedeció.Aeryn sabía que Darien la estaba observando desde lo alto, en la torre. A pesar de su enojo, algo en su interior la mantenía allí, quieta, esperando el regreso de Darien, aunque su corazón ardía por dentro. No le gustaba estar aislada, pero más le dolía ver la frialdad con la que él la trataba. Cada día que pasaba, sentía cómo
El aire en la fortaleza se había vuelto más pesado en las últimas horas, como si el destino mismo hubiera comenzado a filtrarse por cada grieta de Lobrenhart. Nerysa, quien hasta entonces había estado tan segura de la fortaleza de su familia y la estabilidad de la manada, ahora sentía una presión insoportable en su pecho, un presagio que la había estado atormentando durante todo el día.Se encontraba en el jardín de los Alfas, el lugar donde tantas veces había compartido momentos de paz con Joldar, donde las palabras eran sinceras y las promesas, eternas. Pero hoy, el sol parecía haber perdido su calidez. Todo estaba sombrío.Fue Cael quien apareció, su rostro pálido y su mirada más seria que nunca, lo que hizo que el corazón de Nerysa se encogiera. La preocupación en sus ojos era un reflejo de algo mucho peor. —Nerysa... —su voz se cortó, pero la tristeza en su tono era inconfundible.Ella lo miró, sin comprender al principio, pero algo en su interior ya le decía lo que temía. Podía