La noche se retiraba lentamente del cielo cuando Nyrea respiró hondo.
No fue un suspiro, ni un gemido. Fue un aliento real. Como si su cuerpo, al fin, recordara cómo volver.
Sus párpados temblaron. El mundo era oscuro aún detrás de ellos, pero no vacío. Una tibieza le envolvía el pecho, como si el fuego ya no ardiera para destruir, sino para protegerla.
Y entonces escuchó.
Primero, los latidos. Dos. No suyos. Pequeños, firmes… sincronizados.
Luego, una voz. No humana. Instintiva. Un rugido suave en su pecho: están vivos.
Nyrea abrió los ojos.
Parpadeó varias veces, desorientada. La claridad de la habitación la cegó unos segundos. La piedra del techo. Las cortinas blancas. El olor a salvia. Su cuerpo… pesado, pero entero.
—Nyrea…
La voz de Nerysa la sacudió como un golpe de luz. Estaba ahí, sentada a su lado, con los gemelos dormidos en brazos. La miraba como si acabara de ver nacer el sol en medio de la noche.
—Nerysa… —murmuró Nyrea, apenas audible.
Las lágrimas b