La luz de la mañana entraba tibia por la claraboya, como si supiera que algo sagrado estaba por suceder.
Darien abrió los ojos.
No de golpe. No con sobresalto. Fue un despertar lento, profundo. Como si emergiera desde el fondo de un lago cálido y ancestral. Lo primero que sintió fue el peso ligero sobre su pecho. Un calor familiar, conocido. Y el olor… el olor que lo atravesó como un latido nuevo.
Nyrea.
Y algo más.
El suave aroma de leche y piel nueva, el susurro de una respiración pequeñísima muy cerca. No podía mover el cuerpo aún, pero giró la cabeza con esfuerzo, siguiendo los ruiditos suaves que llegaban desde su izquierda.
Y entonces lo vio.
Un par de ojos dorados, grandes y curiosos, lo observaban desde muy cerca. Parpadeaban con la misma intensidad salvaje que alguna vez vio en su reflejo. El pequeño ladeó la cabeza como si lo reconociera. Tenía el cabello rojo oscuro de Nyrea… pero la mirada era suya.
A su lado, la niña dormía profundamente. Su carita serena descansa