El sol acariciaba los muros de la fortaleza con una calidez amable, como si la primavera hubiera decidido instalarse de nuevo en Lobrenhart solo para honrar el despertar de su Luna. La luz se colaba por los corredores de piedra, y con cada paso, Nyrea sentía el peso del encierro aflojarse en su pecho.
Había insistido en levantarse. Necesitaba sentir el aire en la piel, el olor de la tierra, ver algo más allá del techo del templo. Tarsia y Valzrum la revisaron con precisión, con ceños fruncidos y magia sutil. Al final, ambos asintieron. Su fuego se había estabilizado, los latidos de los bebés eran constantes, y una caminata ligera podría incluso ayudar a su recuperación.
—Nada de emociones fuertes, ni mucho menos esfuerzos —advirtió Valzrum, señalándola con el dedo como si pudiera detenerla con una ceja.
—Lo prometo —respondió Nyrea con una sonrisa tranquila, que no ocultaba el deseo urgente de libertad.
Acompañada por Darién, salió por el pasillo principal hasta llegar al jard