El primer aliento fue tibio, casi imperceptible. La oscuridad que había envuelto a Nyrea durante días comenzó a disiparse como un sueño pesado que lentamente se rompe con la luz. Su cuerpo, suspendido entre la vida y algo que no alcanzaba a comprender, al fin comenzaba a regresar. Una punzada suave le recorrió el pecho, y su conciencia, como brasas encendidas bajo ceniza, comenzó a arder de nuevo.
El mundo a su alrededor era difuso al principio. Sentía calor, una calidez familiar, y una respiración acompasada muy cerca. Su cuerpo apenas se movió, los dedos temblaron sobre la sábana. Con esfuerzo, abrió los ojos. La luz dorada del amanecer filtrada por los vitrales del templo la cegó un instante. Luego lo vio a él.
Darién dormía a su lado, agotado, con una mano envolviendo la suya y la otra apoyada con instinto protector sobre su vientre. El corazón de Nyrea se encogió al instante. No sabía por qué lloraba, pero lo hacía. En silencio, con una lágrima que se deslizaba por su sien.
—Dari