El viento cambió.
Sareth alzó el rostro desde el mapa extendido sobre la roca. Las hojas susurraban distinto, más tensas. Una vibración recorrió el suelo, una cadencia firme, conocida. No era amenaza. Era presencia.
—Viene —murmuró.
Los centinelas apostados entre los árboles no necesitaron una orden. Un leve chasquido de lengua y el bosque susurró el aviso.
Y entonces lo vio.
Entre la niebla ligera del amanecer, Darién Lobrenhart emergió con su escuadra. La armadura de viaje lo hacía ver más salvaje que regio. El cabello atado en la nuca, el rostro sombreado por días de marcha. Pero sus ojos… esos ojos llevaban fuego.
Y dirección.
Sareth lo observó descender de la montura. Por un momento, no fue el Alfa, ni el heredero del linaje. Fue solo el lobo que había llorado sobre el cuerpo de su padre. El que cargaba con más peso del que decía.
Darién se detuvo frente a él.
—Llegas con el sol —dijo Sareth, en tono grave.
—Y tú lo mantuviste encendido —respondió Darién, estr