Todo era calor… y silencio.
Nyrea y Darién caminaban descalzos sobre una pradera bañada por una luz dorada que no tenía origen. El aire olía a fuego dulce, a hogar… a eternidad.
—¿Estamos muertos? —susurró Darién, sin miedo, tomando la mano de Nyrea.
—No lo sé… pero estamos juntos —respondió ella, apoyando la cabeza en su hombro.
El mundo que conocían se alejaba. Todo dolor, todo sonido, se desvanecía como humo en el aire. Y justo cuando parecían cruzar un umbral invisible, una voz los detuvo.
—Nyrea Ignarossa. Darien Lobrenhart. Ustedes son ellos. La leyenda se ha cumplido.
Frente a ellos apareció un círculo de figuras luminosas. No eran simples espíritus: llevaban sus mismos ojos, su misma sangre. Uno a uno, comenzaron a recitar una vieja leyenda, esa que Nyrea descubrio en la caja que le dejo Joldar:
— "De entre todos los nacidos bajo el fuego de la Luna, una sola será marcada con la esencia de ambos extremos: la llama que purifica y la que consume. Su pelaje será rojo como l