La habitación olía a lavanda y humo de velas.
Nerysa acariciaba lentamente el cabello de Nyrea, ahora limpio y recogido con ternura, mientras sus ojos azules se paseaban por el rostro dormido de su hija de corazón. Cada tanto, posaba la mirada en Darién, tendido a su lado, respirando con calma. No podía dejar de agradecer a la Luna, aunque no entendiera aún lo que había ocurrido.
—Los limpiamos, les cambiamos la ropa… incluso sellé algunas de sus heridas —susurró Tarsia, sentándose cerca con los hombros tensos—. Pero no entiendo cómo fue posible, Nerysa. No hay nada en los antiguos textos... nada que hable de una resurrección así.
—Yo tampoco —respondió la mujer mayor, sin apartar la vista de los durmientes—. Pero quizás… lo que pasó no pertenece a los antiguos textos, sino a los nuevos tiempos.
Los gemelos dormían plácidamente en una cuna improvisada, hecha con mantas suaves, entre dos cojines. Uno de ellos giró su cabecita, y su pequeño puño se aferró al aire como si aún recor