Capítulo 50. Bajo amenaza.
La madrugada se arrastraba por las paredes del apartamento como un espectro húmedo. Afuera, la ciudad dormía bajo la tenue luz anaranjada de los postes, pero adentro, todo estaba despierto. Todo estaba alerta.
—¡No! —gritó Julián desde su habitación, y Emilia corrió como si el suelo ardiera bajo sus pies.
Abrió la puerta sin tocar. Lo encontró en el suelo, empapado en sudor, abrazando una almohada como si fuera un escudo. Su respiración era cortada, animal. Los ojos abiertos, pero fijos en algo que no estaba allí.
—Julián, soy yo —dijo ella, arrodillándose frente a él—. Soy mamá. Estás a salvo.
Él la miró. No fue un reconocimiento inmediato. Pasaron unos segundos en los que Emilia sintió que hablaba con un niño fantasma.
—¿Dónde…? —balbuceó él—. ¿Dónde están?
—Ya no están. Nadie va a hacerte daño —respondió, tomándole la cara con las dos manos—. Mírame. Respira conmigo. Aquí, ahora.
Él la siguió, con torpeza. Imitó su inhalación, su exhalación. Como si su cuerpo necesitara recordar có