Capítulo 51. El juicio.
El edificio del Congreso lucía distinto aquel día. No era solo el refuerzo de seguridad, ni los cordones policiales que bloqueaban las entradas con su habitual arrogancia. Era el aire. Una vibración espesa, como si el mármol y los pasillos supieran que estaban a punto de presenciar algo irrepetible.
Antonia Rivas caminaba con paso firme, vestida de negro como si acudiera a un duelo. Llevaba un blazer ajustado, el cabello recogido en una coleta baja y una carpeta en la mano. En ella, los documentos que podían incendiar el tablero político del país.
La audiencia pública contra Álvaro Serrano había sido convocada tras semanas de presión, filtraciones, editoriales y amenazas cruzadas. La oposición exigía justicia; el gobierno temía escándalos colaterales. Pero nadie, ni siquiera Antonia, sabía exactamente lo que estaba a punto de pasar.
En el pasillo del segundo piso, antes de ingresar al recinto, Antonia se encontró con Emilia. Vestía de gris acero, el brazo vendado aún, los ojos delinea