Capítulo 25. El peso de lo que no se dijo.
El lugar del encuentro no estaba en ningún mapa. Era un cuarto trasero en una casa de paredes descascaradas, alquilado por horas, en una zona industrial olvidada de la ciudad. No había cámaras, ni ventanas al exterior, solo un ventilador ruidoso en el techo y una lámpara que parpadeaba con ritmo enfermo.
Emilia llegó primero. Llevaba el cabello recogido bajo una gorra oscura, una chaqueta de algodón amplia, jeans gastados. No parecía una mujer que encabezara titulares. Parecía una sombra.
Se sentó junto a la única mesa, cruzó los brazos y respiró hondo. A pesar de los días recientes —las amenazas, el atentado, los audios, el fuego cruzado—, algo en su pecho ardía distinto. Una intuición.
La puerta chirrió a las 19:17.
Leonor entró sin mirar atrás. Vestía un abrigo oscuro, gafas grandes, y guantes aunque no hiciera frío. Cuando vio a Emilia, se detuvo por un segundo. Luego avanzó, cerró la puerta con llave y se quitó las gafas.
—Gracias por venir —dijo Emilia.
—No lo hago por ti —respo