Capítulo 32. El video.
Todo comenzó en la madrugada, como ocurren las traiciones más eficaces.
Una cuenta anónima en X publicó un video de treinta y siete segundos. El lugar: una finca con ventanales amplios, cortinas a medio cerrar y un letrero antiguo de hierro forjado que decía "La Morada". En la imagen, una cama cubierta por sábanas desordenadas, luz tenue, y dos cuerpos entrelazados.
La calidad del video no dejaba lugar a dudas: había sido grabado con cámaras ocultas, en ángulos altos, como si alguien hubiera planeado cada encuadre. Se notaba el movimiento, el sudor, los gemidos apagados. Y aunque no mostraba rostros claramente, el tatuaje en el hombro del hombre lo delataba: Iván Guerrero. La mujer, por su contextura, gestos y cabello, solo podía ser Emilia Rivas de Castaño.
No hacía falta confirmación. Bastó con que alguien susurrara: “Fue en la finca de Esteban”, y el país se lanzó a la hoguera del escándalo.
—Perfecto —dijo Esteban Castaño, viendo desde su finca en otra región, con una copa en la m