DALIA (1)

Dos meses antes del casamiento

El Palacio de Verano había sido entregado a Su Majestad apenas hacía seis meses. Cada columna brillaba con luz propia. Encontró a la dama Eunor en la glorieta. La tarde era soleada e idónea para tomar el té. La mesa ya estaba debidamente puesta con las tazas de porcelana sobre el mantel de seda. Una leve brisa batía las hojas de los álamos y esparcía un aroma marino. La dama Eunor se había preparado para la ocasión luciendo un corsé y un ancho vestido de encaje que hacía juego con un sombrero de ala ancha rematado con plumas. Se veía en verdad armoniosa y digna de su título. Por un instante parecía que hubieran regresado a casa.

—Dalia, querida, ¿hace una tarde preciosa no crees? —Eunor la saludó con un gesto elegante.

—Así es, señora —respondió con una sonrisa—. Es maravillosa. Me recuerda a Emburgo.

Eunor asintió levemente. Se quedó pensativa un momento, como rumiando la frase, y después invitó a Dalia a hacerle compañía. La mesa estaba reservada para ellas solas. A veces, las solía acompañar la señorita Lietca o el señor Roman, pero hoy podían estar más a sus anchas. Eunor miró alrededor y mostró una sonrisa. Su majestad había mandado construir aquella glorieta exclusivamente para ella (incluso habían trasplantado los álamos y la hierba fina que los rodeaba), pero si uno echaba una ojeada a los costados, podía observar las pagodas y los santuarios de madera tallada a lo lejos. 

—Es como estar en Emburgo, sí —dijo Eunor—, pero metidas en una maqueta.

Dalia percibió la melancolía en su voz.

—Volveremos algún día —la animó—, cuando esté la primavera y las macetas tiñan la ciudad de los colores del arcoíris. Oleremos el perfume de las hortensias, los claveles, la caléndula y los narcisos. Daremos un paseo en barca por el canal y asistiremos a la ópera.

—¿También extrañas Emburgo, Dalia? —dijo Eunor bruscamente.

—¡Desde luego! Mis padres están allí... toda mi familia. Quiero abrazarlos y contarles hasta lo último que hemos visto aquí. Podría haber material para semanas de narración. Estoy segura de que les encantaría. Ha sido un viaje espectacular que nos ha dejado atónitas con cada costumbre extraña que se cruza en nuestro camino. Mira a Kaulung, por ejemplo. Volamos una cometa, y hasta vimos fuegos artificiales. Jamás creí que comería un escorpión. Y la verdad es que no estaba nada mal. Sí... fue espléndido.

—¿Te parece extraño este lugar?

—Supongo que sí —y miró alrededor—. Son muy hábiles con las manos y hay muchos de ellos. Es desconcertante. Pueden estar muy alegres en año nuevo y, sin embargo, ser distantes al día siguiente. Además, creo que no me acostumbraré jamás a su modo de interpretar la familia. ¿Qué es eso de la obediencia absoluta al hermano mayor? Yo no podría someterme jamás al mío, o me llevaría a la ruina. Eso sí, me agrada que sean tan unidos. Allí donde van los padres, van sus retoños —Dalia se apretó los dedos hasta hacerlos crujir—. En Eraztar, mi primo abandonó a su esposa y a sus seis hijos como si fueran perros. Tuvimos que encargarnos de varios de ellos. Pobrecillos.

Eunor la escuchaba con suma atención. Como miembro de la realeza, jamás había padecido estos pormenores.

—Déjame servirte hoy —tomó la tetera y vertió el contenido en una taza. Sus movimientos eran gráciles y muy armoniosos—... Por cierto, ¿qué tal le fue a tu madre con tu partida?

—Lloró, y mucho. Mi padre se despidió con un ademán, pero por dentro debía estar sufriendo también. Mi hermano mayor... estaba borracho. Y respecto a Julia, creo que habrá muerto de la peste ya. Cuando partí parecía muy enferma. Le dije que oraría por su salud, pero el dolor la había vuelto insoportable y solo me insultó.

—Siento oírlo —dijo Eunor con dulzura mientras tomaba el té con la gracia de un flamenco—. Ojalá hubiera podido dejarles algo para el invierno, quizá trigo. En casa las ladronas de mis criadas habrán desocupado la despensa.

—¡Qué dice! —Dalia sorbió un poco de té—. Usted es nuestra salvadora. Me sacó de la pobreza más absoluta cuando estábamos en aquel refugio asqueroso, y me dio trabajo y, lo que es más importante, dignidad como ser humano —entrelazó los dedos—. Aunque trabaje el resto de mi vida, lo poco que gane no alcanzará para pagarle lo que usted ha hecho por mí. Si le reconforta, señora, déjeme confesarle que rezo por su bienestar cada noche.

—¡Ah! ¿Sí? —Eunor sonrió, y, en un arrebato de ternura, agarró a Dalia por las mejillas y la pellizcó—. Eres una chica muy hermosa. Por eso te rescaté. Además, no tienes que pagarme absolutamente nada. Con tu bondad y pureza es suficiente y hasta sobra. Ya me tenían aburrida esos falsos nobles que se la pasan conspirando y a los que solo les interesan las formas. En serio, qué pereza. Tú eres muy diferente a ellos. Eres franca. Dices las cosas claramente. Ahora, contigo, sonrío más a menudo.

Dalia se sonrojó. Por su parte, pensaba que sus esfuerzos, si bien arduos, eran insuficientes para mantener a la señora Eunor contenta. Se había partido el lomo sirviendo a esa mujer a la que respetaba profundamente, como si fuera la encarnación de un santo. Cosas que antes le parecieron lejanas a sus habilidades, constituían ahora su vida rutinaria. Aprender a leer había sido lo más sorprendente. Le daba miedo, eso sí, lo lejos que pudiera llegar para satisfacerla, pues la amaba.

—¿En qué piensas, Dalia? —le preguntó Eunor, intuyendo su sentir.

—Pienso en lo generosa que es usted, señora Eunor. Cuando veo lo mal que la trata su hija a pesar de su amor, me siento frustrada. Hasta dicen por ahí que Su Majestad le faltó al respeto, pero usted soportó los agravios —estaba a punto de llorar. No solían tener conversaciones tan sentimentales. Eunor le acarició el cabello.

—No seas tonta, niña. Debes desoír esos chismes. Además, soy una mala persona. Lo que te haya dado tú te lo has ganado con tu sudor —y le hizo tomar otro sorbo de té—. Si fueras mi hija, pondría mis habilidades a tu servicio y todos los recursos de mi casa a tu disposición.

—Exagera, señora Eunor.

—Hablo en serio, querida. Hasta la última moneda. ¡No es para menos! Tú me has curado de una enfermedad llamada depresión.

Dalia la miró con los ojos llorosos, encendidos por un fuerte ardor que casi la quemaba. Eunor comprobó que, si le hubiera dicho que se ahorcara allí mismo, esta lo haría. Tales sentimientos tenían un doble filo. Sin embargo, sentía un gran apego por la muchacha y de haber vivido en otra época, la hubiera adoptado como su hija seguramente. Ella era como el agua de un estanque tranquilo; el contraste de su primogénita.

—¿Qué podría hacer por usted? —Dalia hizo la pregunta movida por un misterioso entusiasmo. De hecho, le urgía trabajar.

A Eunor la pregunta la halló desubicada.

—¡Tranquilízate, niña! 

—¡No, señora Eunor! Entiéndame, usted no puede hablarme de esa forma y pretender que yo me quede tranquila. Me dan ansias de correr a besarle los pies. 

—¡Ja! En serio, eres muy divertida. 

—No bromeo.

—No, no lo creo.

—Ahora me creerá —y, para su sorpresa, Dalia hizo el intento de besarle los pies. 

—¡Basta! —Eunor soltó un gritillo divertido—. ¿Estás loca? ¿Tanto quieres complacerme?

La muchacha ardía. Eunor lamentó haber hecho comentarios tan fogosos. Tomó la tetera, la puso en la bandeja y observó las lejanas nubes con detenimiento. Su mirada se intensificó y sus rasgos se tensaron. Tras unos segundos de reflexión, le hizo la propuesta:

—Hablaste de Su Majestad. ¿Qué te parece?

—No veo por qué ha de ser importante.

—¿Quieres o no quieres complacerme?

—¡Sí!... Su Majestad parece cansado y angustiado. Supongo que desconfía de todo el mundo, incluyéndonos. Ha tenido que aceptar una capitulación y sabe que su reino está en peligro. Lo comprendo y la verdad es que me da lástima.

Eunor enarcó una ceja. La observación le pareció singular.

—¿Te parece atractivo?

—¿Quién, su majestad? —Eunor asintió—. Sí. Quizá...

—Quizá —repitió Eunor con ironía.

—Digo que hay otros hombres que me atraen más que él.

—Eso es algo.

Eunor terminó de beber su taza de té y, tras una larga meditación, por fin se decidió. Su rostro se tornó serio. Dalia sintió escalofríos.

— Espléndido. Está decidido. Te contaré mi plan. 

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP