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Capítulo 8: Eunor y la Emperatriz se ven las caras

POV Emperador Youn

Esperaba que Urcay hiciera bien el trabajo. No es que desconfiara de su juicio, sino que me preocupaba la presencia de Li Lin. 

La concubina había hecho como que no había visto nada y eso era una señal ambigua. Bien podría ser genuina, o bien era falsa. Las concubinas poseían habilidades primorosas para encubrir sus pensamientos y engañar a los hombres. Después de todo, en eso se basaba su vida, y por ello ostentaban tan alta posición.

A decir verdad, nunca tuve la necesidad de una concubina. Me habría bastado con una esposa fiel que tuviera afinidad conmigo y supiera cuándo intervenir. Una mujer que no me forzara a seguir su voluntad, una sombra de mí.

Las costumbres, desafortunadamente, velaban este sueño. 

—Me alegra mucho verla, dama Eunor —dije, con el tono ceremonial que invitaba la ocasión—. Su hija ha sido maravillosa. Nosotros creíamos que las occidentales eran torpes, pero ella ha hablado en buen nombre de todas ustedes. 

—Es una buena chica, Su Majestad —Eunor parecía triste.

—¿Soy demasiado entrometido si le pregunto qué le agobia? La veo agotada. Siempre parece rebosar energías ilimitadas, pero hoy la noto cabizbaja. 

Eunor suspiró.

—No es fácil desprenderse de una hija. Pobre criatura, su vida será retadora de ahora en adelante. 

Tomé la ficha negra de Go y la deposité en el tablero. Ganaba, pero presentía que Eunor ocultaba sus  verdaderas habilidades.

—Le aseguro —le dije—, que su hija está en las mejores manos. Únicamente deberá adaptarse a ciertas costumbres esenciales y después sus días serán llevaderos. Una bagatela.

Eunor colocó la ficha blanca en una casilla perdedora. ¿En realidad había cometido un error tan visible?

—Gracias, Su Majestad. Desde que llegamos a la Tierra de la Niebla, no hemos dejado de causarle molestias.

—¡Bah! ¿Qué credibilidad tendría si no pudiese recibir adecuadamente a mis invitados?

—Creo que he perdido —Eunor esbozó una sonrisa.

—En efecto —puse la casilla ganadora.

—Es usted un magnífico jugador. ¿Esto también se le enseña a un heredero?

Lo tomé todo como una mera formalidad. Me aburrí:

—Así es. Es parte del entrenamiento militar que recibimos. «Anticiparse al enemigo», ese tipo de lemas.

—Ya veo, parece complicado.

Aplaudí para llamar al criado. De inmediato, entró el oficial Feng. 

—LLámalos —le dije.

—Debe preocuparse por el suyo, ¿no es así? —dijo Eunor después de que salió el criado.

—¿El qué?

—Su primogénito —dijo ella, como un hecho trivial—. Debe preocuparle que salga o no salga un buen líder. 

La miré desconfiadamente, quizá demasiado. Ahora, cualquier mención a un heredero me ponía en alerta. Pero... ¿Qué sabría aquella mujer sobre mi secreto y asustos personales? Nada. 

—Mi hijo deberá ser fuerte —respondí—. Es importante que se le instruya adecuadamente en todas las artes, incluyendo la militar, por supuesto.

—Dicen que tiene usted dotes de poeta —el comentario fue algo brusco, como incomprensivo.

—Quizá, no lo sé —dije, y contraataqué—: De usted me han dicho que es una mujer generosa, como una monja.

Eunor ni se inmutó.

—Y me siento orgullosa de mi reputación. Trato de mantenerla cuanto puedo. Pero creo que nos desviamos del hilo. En cuanto a esa educación, ¿se aplica también a las damas?

—No entiendo qué quiere decir.

—Me refiero a las concubinas. ¿Reciben ellas algún tipo de educación militar?

Sí. Lo sabía. Ciertamente en los últimos tiempos no cogía una, pero esto era incomprensible. ¿Por qué le interesaba algo tan impersonal? ¿Era solo su manera de extender la charla? No pude, sin embargo, ofrecerle una respuesta. El criado nos interrumpió.

—Su Majestad, los señores del consejo. 

Me pareció muy curioso ver sus reacciones al descubrir que no estaba solo y más por quién me acompañaba. Los ancianos desplazaron su viva mirada de comadreja de mi rostro al de Eunor, como si estuvieran comparando algún rasgo similar. 

—Señores —les detuve—, los estaba esperando. Como ven, hay una invitada, mas su presencia no tendría por qué interferir en nuestros asuntos. De hecho, a ella también le interesa.

Eunor inclinó la cabeza con sorprendente vacuidad, al estilo más característico de la Emperatriz. Algunos llegaron a estremecerse.

—Que pasen —le ordené al oficial.

Los criados solo aguardaban la orden. Entraron sin hacer ruido y salieron de la misma manera. ¡Oh! Ojalá ser uno de ellos para no tener que lidiar con conspiradores y confucianos que solo servían para vociferar. 

En lugar del tablero de go, se dispuso una mesa de té con sus respectivas tazas. Eunor y yo ocupamos los extremos de la mesa. Ella no parecía alterada, a pesar de que ocupaba el lugar que comúnmente le correspondía a la Emperatriz.

—Bienvenidos —dije—. He recibido informes de que un ladrón robó una caja entera de Píldoras del fénix. Noticia desagradable por la que habrá que estrechar la vigilancia y requerir el auxilio del juez Bao. También, me informan que todo está listo para la cacería. El general Ching regresará mañana. ¿Qué saben de mi hermano?

Los ancianos se removieron en la silla. 

—Ya, hablen.

—¡Su Majestad, no realice la cacería! —gritó Yang.

—¿Qué? ¿A qué se debe eso?

—¡El general Ching no ha hecho lo que se le ordenó! Si le agazajamos con una cacería, pensará que lo estamos recompensando.

—Eso no me importa. En primer lugar, yo me opuse a que fuera a...

—¡Pero Majestad! 

El consejero Xiu gesticuló con sus arrugadas manos.

—Basta. Se hará como digo.

—¡Insisto, Su Majestad!

—¿Por qué?

—Es un asunto de honor, de orgullo Imperial. Los otros generales, Kan, Guojiang, Hei, Xi, se oponen igual que nosotros.

—¡Pero Qiang apoya a Su Majestad!

Era el anciano Kao Gao. El nombre de Qiang infundía respeto.

—¡No es una buena idea! —continuó, sin embargo, Xiu.

—¿Qué dices, eh?

—¡Va a ser un desastre!

—¡Usted no sabe nada!

Se armó un alboroto encandecente. Avergonzado, miré el rostro lejano de Eunor. La dama sorbía el té con una serenidad nuevamente sorprendente. Su vestidura occidental, ancha y ampulosa, contrastaba con la simplesa de los ministros, siempre representantes de una sencillez más bien fingida.

—¡BASTA! —gritó. Todos saltamos de nuestros asientos, incluso Eunor, que por primera vez exteriorizó una señal de advertencia.

Vi a la Emperatriz aparecer como un cadáver desenterrado. ¿Por qué en todo momento me tenía que recordar a mi padre? Sus vestiduras eran las mismas, pero parecía más alterada que la mañana. 

—La cacería se llevará a cabo. ¿No oyeron al Emperador? —la Emperatriz acentuó la última palabra, como para que quedara claro.

Xiu y los demás que se oponían, se callaron y agacharon las orejas. 

—Llegas tarde —dije, sintiendo en mi carne aquella presión asfixiante que la mujer ejercía.

—Lo lamento, Su Majestad.

Por el rabillo del ojo, noté la confusión de Eunor. No había sitio para la Emperatriz y debía pensar que ella estaba ocupando el suyo.

—Su Alteza —dije, y me levanté. Los demás me imitaron—. Déjeme presentarle a la señora Eunor Garlich, de Occidente. La última vez, por cuestiones de fuerza mayor, no pudieron conocerse, así que pensé que era la hora.

La Emperatriz avanzó lenta y dignamente hacia Eunor, sin duda sopesando su templanza. Sus movimientos fueron gráciles, como los de un pavo danzante. Acorralaba.

Eunor la vio a los ojos. Sus miradas se encontraron. Ambas sintieron el peso de aquel encuentro.

Cuando estuvieron frente a frente, Eunor inclinó la cabeza como una concubina. 

Sin embargo, la Emperatriz le tendía la mano.

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