Al caer la noche Elena se encontraba agotada, no había hecho otra cosa más que gritar pidiendo ayuda, uno de los hombres que se encontraba a cargo de vigilar la habitación ingresó con un plato con comida en su mano, lo colocó sobre la mesa de noche y a pesar de que ella se estaba agotando lo tomó y lo lanzó en su rostro.
Luego de aquella acción por más desagradable que fue Elena no recibió ningún castigo, estaba desesperada por salir huyendo y el temor se había disipado, nuevamente regresó a la cama quedando de espalda a la puerta; soltó un leve gruñido al escuchar cuando la puerta se abrió.
Elena apretó los puños ante los pasos que se acercaban, esta vez el plato fue lanzado sobre la mesa sin el mayor cuidado.
—¿Acaso no fue claro que no quiero nada?
Habló ella entre gruñidos, pero no obtuvo respuesta alguna, Elena permaneció recostada, todo hasta que aquel olor amaderado impregnó su nariz, su mirada se espantó.
«No quedaba duda alguna que se trataba de él», pensó Elena y luego giró