La verdad final
El crepúsculo pintaba el cielo de Reikiavik con tonos violáceos y azul profundo, proyectando sombras alargadas a través de las delgadas ventanas reforzadas del búnker. En su interior, una quietud densa lo cubría todo como una manta. Sophie y Logan estaban sentados juntos en un sofá, sus cuerpos cerca pero tensos, las manos entrelazadas con fuerza contenida. Detrás de una puerta cerrada, los trillizos dormían plácidamente, sus pequeños pechos subiendo y bajando con un ritmo inocente, ajenos al peso que aún gravitaba sobre sus padres.
El silencio fue roto por el leve golpeteo del teclado de Dalia, instalada frente a una terminal, el rostro pálido, los ojos hundidos tras noches de vigilia. Sus dedos temblaban apenas mientras proyectaba en la pantalla los documentos que cambiarían todo.
—Esto es grande, Sophie —dijo, sin rodeos, su voz apenas un susurro tenso—. Encontré registros personales de Helena Voss… escritos antes de su captura. Hablan de cómo empezó todo. Contigo.