Tres
El amanecer en el refugio de Escocia pintaba el cielo de tonos dorados, un contraste sereno con el caos que había consumido a la familia Belmont. Dentro de la casa de piedra, los trillizos —Liam, Noah y Alex— jugaban en el salón, sus risas resonando por primera vez en semanas. Tras el colapso de la red de La Cúpula y la desactivación de los marcadores genéticos, los niños habían despertado de su inestabilidad, sus habilidades telequinéticas y cognitivas ahora estables, como si el sacrificio de Sophie hubiera recalibrado su ADN.
Liam, completamente recuperado de su coma, apilaba bloques en el aire con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando de picardía mientras los hacía girar lentamente. Noah fruncía el ceño con concentración, sus labios apretados mientras encajaba la última pieza del rompecabezas tridimensional que resolvía junto a Alex, quien, a su lado, reía al ver cómo una figura holográfica emergía del cubo completado. Sus mentes trabajaban en perfecta sincronía, como engra