El abismo de la verdad
El estudio de Sophie en Evans Studio estaba sumido en una penumbra inquietante, apenas rota por la luz cálida y vacilante de una lámpara de escritorio. Las sombras se extendían por las paredes, atrapando el silencio tenso que reinaba entre ellos. La carpeta con las pruebas contra Mateo permanecía cerrada sobre el suelo, una bomba de tiempo sin detonar. Pero no era eso lo que había detonado el caos. Era el portarretrato que Sophie sostenía con manos rígidas, como si le quemara.
Los ojos grises de Logan, habitualmente fríos, calculadores, ahora chispeaban con una mezcla feroz de dolor y furia contenida.
—¿Son mis hijos? —preguntó Logan, su voz baja, rasgada, tan cargada de intensidad que Sophie dio un paso involuntario hacia atrás—. ¿Esos niños… son míos?
Las palabras fueron un disparo en la oscuridad. Sophie sintió que el aire le abandonaba los pulmones. Por un segundo, todo se volvió difuso. El rostro de Logan se desdibujó entre los recuerdos: la noche en que él