Logan, después del encuentro con Sophie, no regresó a su mansión. En cambio, condujo a toda velocidad hasta su refugio de cristal y acero, el rincón secreto que alguna vez había compartido con ella. El penthouse, con su arquitectura minimalista y su imponente vista del Támesis, alguna vez le pareció un santuario. Pero esa noche, todo se sentía como una jaula de lujo.
Las luces de Londres titilaban en la distancia, reflejadas en las aguas oscuras del río, pero no lograban disipar la tormenta que rugía en su interior. Se dejó caer pesadamente sobre el sofá de cuero negro, el cuerpo vencido, el alma aún más. Sobre la mesa de centro, una botella de Macallan yacía medio vacía, testigo silenciosa de su derrumbe.
El recuerdo del ascensor con Sophie lo asaltaba con una nitidez brutal: el calor febril de su piel, el sabor embriagador de sus labios, la desesperación casi animal con la que sus cuerpos se habían fundido. Cerró los ojos con fuerza, como si eso pudiera borrar lo que vino después: l