Capítulo ocho. El sabotaje del griego rival
La preparación de la gala avanzaba con un ritmo frenético. Ariadna apenas tenía tiempo para descansar, pero se sentía orgullosa de cada detalle: los planos de iluminación, la decoración con buganvillas y olivos, la música en vivo. Todo estaba destinado a convertir la villa en un escenario inolvidable.
Sin embargo, esa mañana Helena entró apresurada en la sala de reuniones, con el rostro más pálido de lo habitual.
—Señorita Ariadna… hay un problema.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, levantándose de inmediato.
Helena titubeó.
—El pedido de cristalería de Murano… ha sido cancelado. La fábrica asegura que jamás se confirmó la orden.
Ariadna abrió los ojos con incredulidad.
—¡Eso es imposible! Yo misma hablé con el proveedor y tengo la copia de la confirmación por correo.
—Lo sé —asintió Helena, nerviosa—, pero insisten en que el documento que recibieron después anulaba su pedido. Un correo supuestamente enviado por usted.
El corazón de Ariadna se de