Capítulo setenta y seis. Bajo el cielo de Santorini.
El sol caía lento sobre los acantilados blancos de Santorini, tiñendo el mar Egeo de un azul tan profundo que parecía no tener fin.
El viento olía a sal, a jazmín y a nuevos comienzos.
Ariadna caminaba descalza por la terraza de la villa donde habían decidido pasar unos días después de la tormenta. El bebé dormía en el interior, protegido del viento, mientras ella observaba el horizonte con esa serenidad que Andreas adoraba en silencio.
Él la miraba desde la distancia, apoyado en el marco de la puerta.
Era una imagen que habría querido capturar para siempre: la mujer que había desafiado a su destino y lo había cambiado todo.
—¿Sabes? —dijo ella sin volverse—. A veces me pregunto si realmente nos ganamos toda esta paz.
Andreas se acercó despacio, rodeándola por detrás con los brazos. —No la ganamos —susurró junto a su oído—. La construimos. Con sangre, con lágrimas… y con amor.
Ariadna sonrió, apoyando la cabeza en su pecho. —Entonce