Capítulo setenta y cuatro. No dejes que la venganza te consuma.
El sol se filtra suavemente por las cortinas del dormitorio, tiñendo las sábanas de un dorado tenue. Ariadna abre los ojos despacio, percibiendo primero el sonido rítmico del mar al chocar contra las rocas y luego la respiración profunda de Andreas a su lado.
Durante unos segundos, se queda observándolo en silencio. Su rostro parece más relajado cuando duerme, sin el peso de los pensamientos que lo atormentan cada día. Su mano descansa sobre su abdomen, donde crece la pequeña vida que los une más de lo que jamás imaginó.
Ariadna sonríe, apenas, y le acaricia el cabello con suavidad.
—Vas a ser un padre increíble… —susurra, sin esperar respuesta.
Andreas se mueve apenas, entre sueños, y la atrae hacia él con naturalidad. Ella ríe en voz baja, atrapada entre su pecho y el calor de las sábanas.
—Si sigues moviéndote así, no voy a poder dormir —murmura él, con la voz ronca, sin abrir los ojos.
—Ya estás despierto —responde e