Capítulo siete. Un fantasma del pasado
La mañana amaneció con un brillo dorado sobre las aguas del mar Egeo. Desde la terraza de la villa, Ariadna observaba el horizonte intentando calmar la agitación que llevaba en el pecho desde aquel beso. Cada vez que cerraba los ojos, revivía el calor de los labios de Andreas, el modo en que la sujetó como si quisiera apropiarse de ella.
Sacudió la cabeza. No podía dejarse arrastrar. Era una profesional, y aunque el millonario griego la desarmaba con facilidad, debía mantenerse firme.
Mientras se repetía esas palabras, Helena apareció con gesto preocupado.
—Señorita Ariadna, han llegado visitantes inesperados.
Ariadna frunció el ceño.
—¿Visitantes? ¿Quién?
Helena dudó antes de responder.
—Un empresario de Atenas. Dice llamarse Leonidas Markakis. Insiste en ver al señor Konstantinos.
El nombre no le decía nada, pero el tono de Helena bastaba para ponerla nerviosa.
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