Capítulo cincuenta y ocho. El amanecer sobre el Egeo.
El mar resplandecía bajo el sol de la primavera griega.
La mansión Konstantinos, en la costa de Vouliagmeni, olía a jazmín y a renacimiento.
Andreas se había recuperado por completo, aunque las cicatrices aún le recordaban lo cerca que había estado de perderlo todo.
Cada mañana, mientras observaba el horizonte desde la terraza, sentía que respiraba por segunda vez.
Ariadna, con el vientre ya redondeado y una luz nueva en la mirada, se acercó a él con una taza de café.
—No deberías estar levantado tan temprano —dijo, apoyándose en su hombro—. Los médicos te dijeron que evitaras el estrés.
Él sonrió, mirándola de reojo.
—Después de estar entre la vida y la muerte, ver amanecer contigo es lo único que quiero hacer.
Ella rodó los ojos, divertida.
—Típico de ti. Dramático incluso cuando hablas de café.
—Y tú, perfecta incluso cuando me contradices. —Le tomó la mano, la besó y la colocó sobre su corazón—. Todavía late por ti, Ariadna.
El