Capítulo cuarenta y siete. El ataque inesperado.
La villa estaba más vigilada que nunca. Andreas había reforzado la seguridad, instalando guardias en la entrada y cámaras nuevas en los alrededores. Aun así, Ariadna sentía una inquietud que no la dejaba respirar en paz. El nombre de Dimitrios Stavros parecía flotar en el aire como una sombra oscura que los perseguía.
Esa tarde, Andreas había salido a una reunión urgente con su equipo legal. Ariadna se quedó en la villa con Helena, la ama de llaves, y dos guardias apostados en el portón. Decidió distraerse en el jardín, entre los rosales que había empezado a cuidar desde su llegada. El aire fresco la relajaba, y el sonido del mar en la distancia le devolvía un poco de serenidad.
Hasta que sonó su teléfono.
El número era desconocido. Ariadna dudó en responder, pero finalmente deslizó el dedo por la pantalla.
—¿Hola?
Del otro lado, una voz masculina, grave y cargada de cinismo, la hizo estremecer.
—Ariadna López… por fin tengo el gusto de