Capítulo cuarenta y ocho. El precio de la guerra.
Los días siguientes fueron una mezcla de calma tensa y silencios rotos. La villa estaba más custodiada que nunca: hombres armados patrullaban los alrededores, cámaras controlaban cada rincón, y aun así, Ariadna sentía que el peligro se colaba por las rendijas, invisible e inevitable.
Andreas no se apartaba de ella más de lo necesario. Pero cuando lo hacía, sus ausencias eran largas y llenas de secretos. Pasaba horas encerrado en llamadas, reuniones y estrategias que Ariadna apenas comprendía. Lo veía entrar al estudio con el ceño fruncido y salir con una determinación que la estremecía.
Una noche, al encontrarlo frente al mapa de Atenas, con varios documentos esparcidos sobre la mesa, no pudo evitar preguntar:
—¿Qué estás planeando?
Andreas levantó la vista hacia ella, con el gesto duro.
—Una guerra. Dimitrios piensa que puede tocarte, que puede amenazar a nuestro hijo. No le voy a dar la oportunidad de dar otro golpe.
Ariadna se acerc