Maya entró a la habitación y vio a los tres pequeños profundamente dormidos.
Sabía que no se despertarían pronto. Cerró puertas y ventanas con cuidado; pensó que regresaría enseguida después de entregarle el abrigo a Roberto.
Tenía que llegar a la entrada del suburbio de Summerton.
Maya cerró la puerta con llave y salió corriendo. Mientras corría, murmuraba entre dientes:
—¿Por qué le dije que vivía en Summerton? ¡Debí decirle algún lugar más cercano!
No se atrevió a entrar por la puerta principal del suburbio. En su lugar, entró por la puerta alterna y caminó hacia la principal.
Cuando llegó, casi se le doblaron las rodillas. Se sostuvo del tronco de un árbol intentando recuperar el aliento.
Vio a Roberto esperando junto a su Ferrari.
Aún con la cara roja por la carrera, Maya se acercó rápidamente y le lanzó el abrigo.
Roberto la atrapó con una sola mano, la examinó y dijo:
—¿Estás segura de que todavía puedo usar esto?
Maya, que estaba a punto de irse corriendo después de entregarle