—Tu madre me habló de ti hace un tiempo —comentó William—. Eres tal como te describió: dulce y hermosa. ¿Sabes cuál es mi mayor arrepentimiento? —añadió con una sonrisa—. Tengo dos hijos, pero nunca tuve una hija. Eres la hija de Serena, lo que te convierte en parte de nuestra familia, Maya. No dudes en venir a vernos si alguna vez necesitas ayuda.
Maya guardó silencio. Serena, notando su incomodidad, intervino rápido:
—Comamos primero, ¿sí? Podemos seguir hablando mientras tanto.
—De acuerdo —respondió William.
Poco después, la mesa se llenó de platos. Había carne de res finamente presentada, claramente costosa.
—Maya, pruébala —dijo Serena—. Recuerdo que te encantaba la carne cuando eras niña.
—¡Qué coincidencia! A mí también me encanta —agregó William con una carcajada.
Maya pensó con resignación: Ya estoy aquí, al menos debería comer algo.
Tomó los cubiertos y comenzó a comer en silencio.
Mientras lo hacía, se sorprendió. William era completamente distinto a Alexander. Esperaba en