—¿Qué haces aquí? —preguntó Maya, presa del pánico.
—Así que trabajas en el Grupo GOLDEN —respondió él con una sonrisa arrogante, mirándola de arriba abajo—. Departamento de Secretaría, ¿verdad?
—No es asunto tuyo —replicó ella, intentando marcharse.
Roberto la sujetó de la muñeca y la empujó contra la pared.
—¡Ah! ¿Qué estás haciendo? —exclamó Maya, aterrada.
—No grites —susurró él, acercándose peligrosamente—. Si haces ruido, los demás se enterarán.
Maya tembló. No quería que nadie en la empresa supiera su historia con ese hombre. Bajó la voz, pero la furia le temblaba en cada palabra:
—Roberto, ¿qué quieres de mí? ¡No quiero tener nada que ver contigo! ¡Déjame en paz!
—¿Por qué estás aquí, Maya? —preguntó él, frunciendo el ceño—. ¿Viniste al Grupo GOLDEN por mi culpa?
Maya lo miró incrédula.
—¿Escuchas lo que dices? ¿Por ti? ¿Quién te crees que eres?
Roberto suspiró y suavizó el tono.
—Maya, bebé… —murmuró con nostalgia.
Ese apodo le atravesó el pecho. Así solía llamarla cuando est