Lisa
La casa está demasiado quieta. Esa clase de quietud que te deja escuchar hasta los latidos que no querés oír. Camino despacio hacia el living con los chicos detrás de mí, sintiendo el peso de todo lo que pasó hace apenas unos minutos: Cristian en mi puerta, Cristian viendo a los niños, Cristian diciendo mi nombre como si hubiera esperado años para pronunciarlo.
Cierro la puerta con suavidad, pero la madera igual retumba. Tal vez soy yo. Tal vez es mi respiración, que se desordena cada vez más.
Me doy vuelta para verlos. Están parados uno al lado del otro, pegaditos, tan pequeños comparados con ese miedo enorme que cargan en los ojos. Y me duele. Me duele más que cualquier discusión, más que cualquier cosa que Cristian haya dicho o dejado de decir.
Hago un gesto hacia el sofá.
—Vengan. Siéntense los dos.
Mara obedece enseguida. Mateo tarda unos segundos, como si todavía no supiera si está en problemas o si debería intentar defenderse. Finalmente se sienta a su lado, a