Narrador omnisciente
Los días siguientes a la inauguración fueron una mezcla de silencios extraños y miradas largas entre los hermanos. No hablaban de lo que habían hecho delante de Lisa, pero entre ellos, cada vez que quedaban solos, el tema volvía.
Esa tarde estaban en su habitación, sentados en el piso, sin juguetes cerca. Mateo repasaba por enésima vez el mapa arrugado que había guardado después del fallido intento. Mara lo observaba con los ojos húmedos, mordiendo un borde de su remera como si eso pudiera contener lo que sentía.
—Mateo… —murmuró de repente, con la voz quebrada.
Él levantó la vista. Su hermana ya no podía sostenerlo más. Las lágrimas le corrían por las mejillas tan rápido que ni siquiera alcanzaba a limpiarlas.
—¿Y si…? —ella inhaló con fuerza, como si le doliera pensarlo—. ¿Y si nos abandonó? ¿Y si no está acá porque no nos quiere? Mateo… ¿y si nunca quiso volver?
Mateo sintió cómo algo le apretaba el pecho. Era raro ver a Mara llorar así. A veces lloraba