Narrador en tercera persona
La luz blanca del techo fue lo primero que vio. Luego un pitido suave, rítmico. Después, la sensación incómoda de tener los labios secos y la cabeza pesada, como si le hubieran puesto una manta húmeda encima.
Lisa parpadeó varias veces hasta que la habitación dejó de moverse.
La cama era dura. La frazada áspera. Y el olor a desinfectante le raspaba la garganta.
Se giró un poco.
Alguien estaba sentado en una silla, inclinado hacia adelante, la cabeza entre las manos.
Rafa.
Cuando notó que ella se movía, se levantó tan rápido que la silla casi cae hacia atrás. Tenía los ojos rojos, el pelo desordenado, la expresión de alguien que no había dormido nada.
—Lisa… —su voz se quebró un poco—. La doctora dijo que ya iba a despertar, pero igual… me asustaste un montón.
Lisa intentó incorporarse, pero Rafa se adelantó y apoyó una mano en su hombro, suave, casi tembloroso.
—Despacio —dijo—. Fue solo una baja de presión. Eso dijo la doctora. Que estabas muy cansada, qu