Narrador omnisciente
La casa estaba completamente en silencio, apenas rota por el sonido del reloj de la cocina marcando las dos de la madrugada. Mateo se encontraba sentado en su cama, con la linterna encendida bajo la sábana, revisando por última vez el mapa de papel que había doblado en cuatro partes. Mara seguía a su lado, con el ceño fruncido, demasiado despierta como para ser tan tarde.
—¿Estás seguro de que mamá ya se durmió? —susurró Mara mientras abrazaba su mochila apenas llena, porque no querían hacer ruido buscando más cosas.
—Sí. Yo la escuché cerrar la puerta del cuarto —respondió Mateo, con ese tono que usaba cuando se obligaba a creer lo que decía—. Si no salimos ahora, no vamos a llegar.
Mara tragó saliva. Desde que habían visto la foto de Cristian Beaumont en la computadora del cibercafé, Mateo no había dejado de repetirle que era ahora o nunca. Y aunque ella también quería conocerlo —quería ponerle una voz, un olor, algo real a ese hombre que solo existía e