Cristian
Llegué a la oficina con la mente todavía dividida entre la cena de anoche y la conversación con Lisa. Había intentado mantener la calma toda la mañana, pero la tensión persistía, y cada minuto lejos de ella parecía estirarse interminablemente. Entré al edificio y saludé a mi secretaria con un asentimiento breve; hoy no tenía tiempo para sonrisas innecesarias.
—Buenos días, señor Beaumont —dijo ella con su habitual tono cordial.
—Buenos días —respondí, caminando directo hacia mi oficina. Tenía mucho que hacer. Pero antes de siquiera sentarme, mi secretaria bajó la voz y me entregó un informe.
—Señor, la nueva chica… no se ha presentado hoy —informó con precaución.
La sangre me subió a la cabeza de inmediato. Fruncí el ceño, apretando la mandíbula.
—¿Qué significa eso? —pregunté, dejando que la autoridad en mi voz se impusiera en la habitación.
—Pues… no vino a trabajar —replicó, un poco incómoda—.
—¿No vino a trabajar? —repetí, con incredulidad y un filo de enojo—. ¿