El vuelo descendía suavemente sobre Buenos Aires, con el resplandor del sol recortando las alas del avión. Lautaro, campeón bajo el peso reciente de la gloria, apoyaba la frente contra la ventana, mirando el suelo argentino que volvía a recibirlo. Las imágenes del torneo pasaban rápidas en su mente: la adrenalina del último partido, los abrazos de sus compañeros, la emoción de levantar la copa. Era un sueño cumplido, pero la victoria traía consigo un eco inquietante. Desde hacía días, una sombra lo perseguía en silencio: la Rusa, un fantasma del pasado que había jurado volver por él.
Su corazón no descansaba con el triunfo. Había sonreído frente a las cámaras, había gritado con sus compañeros, pero en su interior una voz insistente lo empujaba hacia la preocupación. La Rusa estaba viva. Y donde estuviera, lo buscaba.
Suspiró hondo, ajustándose la campera antes de levantarse. El avión aterrizó, y el bullicio de los pasajeros invadiendo el pasillo lo devolvió a la rutina mundana. Caminó