El aire helado del amanecer se filtraba por las rendijas de la cabaña. Una bruma densa se deslizaba entre los árboles como un presagio. Allí, en medio del bosque, donde la civilización parecía un recuerdo lejano, la Rusa afilaba un cuchillo sobre una piedra. Sus ojos, vacíos de emoción, seguían cada movimiento de la hoja como si eso le diera sentido al día. No tenía reloj, ni celular. El tiempo para ella ya no existía. Solo quedaba un objetivo: Lautaro.
La cabaña era pequeña, de madera vieja y oscura, con una sola cama cubierta por una manta militar, una cocina a leña y un espejo agrietado colgado en la pared. Allí había vivido una semana, planificando. Ya no se escondía de la policía. No le importaban. Lo que quería era cerrar su historia, borrar su fracaso, sellar su venganza.
Había perdido todo. La organización, el respeto, los contactos. Incluso a sus hombres. Algunos la habían traicionado, otros estaban muertos. Pero eso ya no dolía. Lo único que latía en su mente era el rostro d