Las tribunas del estadio rugían como bestias hambrientas. El sol caía sobre la cancha con intensidad, pero nada comparado a la presión que sentían los jugadores de ambos equipos. Era la semifinal del torneo internacional juvenil, y todos sabían lo que estaba en juego. El equipo colombiano tenía fama, historia y músculo. El equipo argentino, en cambio, tenía corazón… pero parecía no alcanzar.
El árbitro pitó el comienzo y la tensión fue inmediata. Desde los primeros minutos, los colombianos tomaron el control. Tocaban la pelota con una precisión afilada, avanzaban con velocidad y fuerza. A los ocho minutos, una jugada por la izquierda terminó con un centro rasante que su delantero empujó al gol con un simple toque. 1-0. Lautaro apenas lo vio venir. No levantó ni la cabeza. Su cuerpo estaba en el campo, pero su mente…
Su mente estaba en Argentina.
Recordaba la llamada de la noche anterior, la voz entrecortada de su tía Gabriela, la preocupación latente en cada palabra de Erica, la trist