Erica observó desde la distancia cómo todo ocurría entre Lautaro y Jenifer. Apretó los labios, tragó saliva y no apartó la vista. Su mirada era intensa, pero ya no había odio en ella… solo una tristeza mezclada con deseo. Vio cómo Lautaro la abrazaba por la espalda, cómo Jenifer se giraba con lágrimas en los ojos, y cómo ese beso entre ellos parecía borrar cualquier sombra. Erica no era tonta. Entendía lo que significaba ese gesto: amor verdadero, conexión. Pero aun así, en el fondo de su corazón, algo le gritaba que no se rindiera. No todavía.
Recordó aquel momento en el pasado, cuando ella había sentido algo por Lautaro. Cuando él se acercó, inseguro, temblando, y ella lo rechazó. No porque no lo quisiera… sino porque tenía miedo. Miedo al qué dirán, a quedar expuesta, a que la juzgaran por fijarse en el chico que todos despreciaban. Pero esa ya no era la misma Erica. Había crecido, había aprendido a enfrentarse a muchas cosas, y estaba decidida a luchar por lo que sentía.
Sin embar